sábado, 27 de junio de 2020

El racismo como legitimador de la violencia, y formas mexicanas del racismo


Uno de los mayores lastres de nuestras presentes sociedades bien puede ser el racismo, una herencia de ese ominoso pasado colonial por el que se vio y aún se ve afectada casi la totalidad de la humanidad, ya sea en calidad de colonizadores o colonizados. Por su parte, los colonialistas aprendieron a interpretar a las culturas colonizadas desde el punto de vista del dominador que de pronto tenía a millones de manos a su disposición para alcanzar cotas de producción nunca antes soñadas a bajo costo; para la optimización de su uso ahora debía encontrar métodos adecuados para administrar su trabajo, así como para dominar aquella enorme masa humana (entre los que no se descartaba el uso de las armas, el control de tipo policiaco o formas de terrorismo institucionalizado). Mientras tanto, los colonizados de pronto se encontraron sometidos a un poder exógeno al que a través de los siglos tuvieron que adaptarse ocupando los nichos en los que mejor se podía sobrevivir, "blanqueando" sus costumbres y aculturizándose, pero también, cuando se podía, modificando aspectos determinados de su apariencia (o buscando "mejorar la raza", esa noción tan ofensiva que a menudo se oye en México). Estas prácticas de valorización social a través de la apariencia (de la raza*) derivaron en una jerarquización que llevaba aparejada una serie de preconcepciones y pseudoteorías acerca de las cualidades morales de cada una de las razas (cuya validez pervive para muchas personas hoy en día). Especialmente ilustrativo —por su nivel de elaboración y sus implicaciones políticas— fue el caso del nazismo, el sistema político que más claramente deriva de una teoría racial, que, en función de una jerarquización de este tipo, autorizaba a los individuos considerados moral/socialmente superiores a la explotación (y al exterminio) de todos los demás.

Los casos más visibles del racismo y la xenofobia son los que se han cometido contra los afrodescendientes porque son los más extremos: han sido esclavizados y sus Estados originales y sociedades han sido pulverizados tras siglos de comercio esclavista y explotación colonialista. Sin embargo, ello no significa que el racismo no tenga una gradación en la que se incluyen otros grupos humanos, ya que se ha ejercido contra diversas poblaciones en Asia, América y hasta dentro de la misma Europa, contra eslavos, judíos y otros grupos étnicos, y su función política siempre parece ser la misma: la legitimación del dominio por parte de unos fundada en diferencias físicas. Pero vayamos más al fondo: no son las diferencias físicas per se las que motivan las ideologías racistas, sino la idea de que ciertas razas poseen un mayor grado de civilidad o una suerte de superioridad moral. De allí se llega a la conclusión de que a través del aspecto de una persona es posible conocer su composición moral y su grado de mérito (o su grado de incivilidad, falta de valor, servilismo o cualquier característica negativa que le reste humanidad y propicie la destrucción de la empatía, autorizando el sometimiento e incluso la brutalidad en el trato).

 

Sin embargo, a toda teoría racista le antecede una práctica real fundada en preconcepciones no formalizadas acerca del comportamiento de los diferentes grupos humanos. Esto hace que en las sociedades poscoloniales, los descendientes de los colonizadores sean vistos como el motor intelectual y cultural de la sociedad, mientras que el resto de los grupos, con muchas menos posibilidades de influir en el desarrollo de sus propias comunidades —y mucho menos en el conjunto de la sociedad—, son vistos como poco propicios para realizar labores de tipo intelectual: administrativas, de gobierno, culturales, etc. Esto lleva a una asociación empírica pero poco reflexiva que liga a cada grupo humano (con un tono de piel o una fisonomía determinados) con un carácter que se considera consustancial. Se trata, en todo caso, de una asociación circunstancial que no tiene en cuenta la posibilidad de evolución de las relaciones sociales y de poder. El racismo es entonces una ideología fundada sobre una concepción estática —e irreal— de la historia.

 

El que la era colonial se extendiese por lo menos por más de cuatro siglos influyó para que el estado de las relaciones sociales codificado en las ideologías colonialistas y racistas se considerara (y se siga considerando por muchos, de manera inconsciente, las más de las veces) como un estado perpetuo, e hizo que la idea de que existían diferencias intrínsecas entre las razas se convirtiera en una entelequia universalmente aceptada, cuando en realidad el racismo lo único que hace es pensar que un orden histórico determinado es el orden eterno, y para validarlo hace uso de las herramientas conceptuales que están a la mano: de la fisiognomía, primero, y de teorías pseudobiológicas después. Sin embargo, sorprende (y a la vez no) su persistencia una vez que estas teorías han sido invalidadas, lo que demuestra que el comportamiento humano tristemente no necesita siempre de un asidero científico u objetivo para perpetuarse. Una vez más, la práctica predomina sobre la teoría, y solo hace uso de ella cuando le ayuda a justificarse.

 

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Las formas de racismo mexicanas están fuertemente relacionadas con la estratificación social establecida durante el periodo colonial, y responden a una jerarquización racial aún observable en muchos de los ámbitos de la sociedad. El signo más obvio de la existencia de este racismo lo vemos en la representación habitual y casi exclusiva de los tipos físicos europeos en la televisión o en la publicidad, así como también en el mayor prestigio que tienen las manifestaciones culturales europeas y estadounidenses en nuestra sociedad, relegando a las manifestaciones de carácter mestizo (que son mucho más numerosas y representativas de la realidad cultural del país) a la marginalidad o a la bandeja de la llamada cultura popular (que a veces es un eufemismo para decir "cultura de menor valía"). Pero este eurocentrismo cultural y estético (racial) no es ejercido nada más por quienes están arriba en la pirámide jerárquica, sino que su vigencia es alimentada por un estrato mestizo (demográficamente vasto) que aspira a ser percibido como integrado a las clases dominantes, al menos por su comportamiento o sus rasgos culturales visibles. Es decir que buena parte de la población desfavorecida por la valoración racial presente opta por el "blanqueamiento" de comportamiento y tiende a menospreciar los modos y la apariencia de sus grupos de origen para tener mayor movilidad social y posibilidad de reconocimiento.

Lo que vuelve particularmente difícil de entender la existencia del racismo mexicano es el grado de interacción (e integración genética) que ha habido desde siempre entre los distintos grupos en el país, y la profundidad y ubicuidad del mestizaje, gracias a las cuales es tremendamente frecuente encontrar familias cuyos miembros cuentan con tonos de piel de lo más diversos. Por esta razón, en teoría al menos, el que el racismo sea sostenido de manera importante por la sociedad mestiza parece un contrasentido dada la práctica inexistencia en ella de individuos racialmente "puros". Sin embargo persiste la consagración de lo europeo (o lo que se asemeja a tal cosa), a veces de manera sutil (como en las esferas culturales que he mencionado) y a veces de una manera inverosímilmente descarada e incontestada, como en la televisión y la publicidad, situación que lo que revela es: 1) la facilidad de consolidar y preservar monopolios en nuestro país, a quienes debemos la reproducción ad nauseam de estos modelos, y 2) la hegemonía de los modelos blancos en nuestra cultura, que no genera reacciones importantes en el público, pese a que la presencia en televisión de los tipos físicos más habituales es casi nula, y cuando existe tiende a una visión estereotipada y caricaturesca que insulta antes de verdaderamente representar. Esta situación también señala que las oportunidades de incursionar en televisión, cine y medios culturales en general es pequeña, esto por las dificultades generadas por la existencia de estos monopolios mediáticos (blancos en su mayoría y promotores de la cultura dominante), pero también culturales: véanse los casos de las artes plásticas, la literatura, y, ¡cómo no!, la arquitectura. Nuestro racismo lo sostienen en buena medida racistas mestizos que se creen blancos y desprecian los valores de lo popular y lo mestizo. En cierto punto llega a ser un racismo autofágico que opera al interior de las familias, que menosprecian a sus individuos de tonos de piel más oscuros o veneran de forma irracional al que le ha tocado la "suerte" de nacer con ojos o piel claros. Se trata de un racismo particularmente doloroso por su nivel de inconsciencia: dada la enorme mezcla genética que existe en la mayor parte de las familias y la enorme probabilidad de que un niño/a tenga prácticamente cualquier tono de piel, ¿qué es nuestro racismo sino la simple herencia de valores culturales que jamás nos hemos tomado la molestia de cuestionar y de ajustar a nuestras realidades y tipos físicos y sociales? Es la reproducción acrítica de los modelos de una sociedad en la que muy pocos tienen oportunidad de incidir en la creación de contenidos y en la que la cultura (de masas y de "élite") está dominada por una clase añeja pero inamovible a la que todo aspirante a entrar a ella tiene que adaptarse sin la esperanza de cambiar los paradigmas. Esto es conservadurismo en el sentido más profundo (los mismos grupos que han tenido el poder históricamente lo siguen teniendo y no hay una estructura democrática real que promueva los reemplazos) y refleja la incapacidad de las mayorías de contar con posibilidades de movilidad social, pero es sobre todo la muestra de una paradójica falta de integración cultural en un país cuya población se ha formado por una integración genética y étnica muy poco frecuente y que en el mejor de los casos podría derivar en una cultura diversa y compuesta por grupos humanos capaces de convivir, aleccionados por la necesidad de negociar y de socializar de manera eficiente y pacífica con montones de otros grupos.



* Uso con frecuencia el término raza y otros términos derivados a lo largo del texto porque el racismo se funda en la idea de que hay razas humanas diferentes, ello pese a que se ha comprobado que no existen diferencias sustanciales entre los diversos grupos humanos y a que la ciencia ha desechado el concepto de raza aplicado al ser humano desde hace muchos años.

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