viernes, 12 de junio de 2020

Sobre las manifestaciones antirracistas de los últimos días

Apenas cinco días separan el primer lanzamiento tripulado de SpaceX del asesinato de George Floyd. Un acontecimiento que ponía de manifiesto lo último de los avances tecnológicos de la humanidad y su voluntad por seguir explorando y conociendo el universo quedó contrastado o eclipsado aun  por otro que sacaba a luz los peores atavismos del comportamiento social. Ambos eventos sucedían en el mismo país, la nación que para buena parte de la humanidad es el modelo civilizatorio y cultural a seguir, pero también una sociedad especialmente destacable por su desigualdad social y económica, en donde la dominación y la falta de respeto hacia los grupos menos favorecidos de la sociedad son casi una realidad aceptada con naturalidad en el día a día (y aún más desde que el discurso presidencial parece autorizar la xenofobia y el rechazo del que es diferente). La facilidad con que se propagan las noticias y con que la gente puede grabar o documentar lo que sucede a su alrededor mediante sus dispositivos móviles ayudaron a esparcir por doquier la noticia del asesinato de George Floyd, que de otro modo pudo quedar como uno de tantos asesinatos contra miembros de la comunidad negra que terminan sin culpables y sin respuestas, con una plena deshumanización de la víctima fraguada de una manera anónima, pero persistente e histórica, desde los mismos valores culturales de los grupos dominantes.

Que la noticia desatara una oleada de protestas que no ha terminado (y que llega incluso en estos días hasta la defenestración de los panteones europeos de figuras tan infames como la del rey Leopoldo II) revela claramente que hay un sentimiento de indignación por la segregación y dominación continuas a las que se ha visto sometida la comunidad negra en Estados Unidos y en el resto del mundo, y que esa indignación encuentra una vía especial de manifestación cuando suceden acontecimientos de violencia tan flagrantes como el asesinato de Floyd.

Pese a que de acuerdo a la ley los miembros de la comunidad negra cuentan con las mismas garantías jurídicas que el resto de los ciudadanos, los derechos y su ejercicio tienen una realidad práctica que siempre suele ser distinta de las voluntades y deseos expresados en las leyes (que en las sociedades democráticas buscan la integración y la paridad, y un estado de cosas y de justicia que muchas de las veces no existen en la realidad social). Sin embargo, un derecho solo se ejerce cuando la parte que lo detenta es capaz de hacerlo valer (incluso puede llegar a afirmarse que el derecho o el privilegio es algo que existe en la realidad antes de ser formulado por cualquier ley). Por eso, más allá del papel, los ricos tienen más derechos (al poder comprar el consentimiento de otros o al poder hacer amenazas capaces de verse cumplidas) y ciertas comunidades tienen más poder que otras, lo que obliga a los gobiernos que se presumen como democráticos (por ende como inclusivos) a limitar los abusos de poder mediante restricciones diversas, y a promover el desarrollo de los grupos más desfavorecidos y su integración para que en algún momento venzan las muchas disparidades que se han ido acumulando al correr de la historia. Este es quizá uno de los principales legados de la Revolución Francesa, en la que la sociedad de aquel país pasó de tener gobernantes impuestos por derecho divino (o dinástico) a ser una sociedad que buscaba la integración y la igualdad política.

La voluntad de integrar a la comunidad negra en la vida política y social de la unión americana se encuentra claramente expresada en las leyes estadounidenses desde el final de la Guerra de Secesión, pero lo cierto es que este pronunciamiento de intenciones políticas aún tenía que enfrentarse con la inercia de una sociedad con valores esclavistas incapaz de ver al negro como un igual. La Guerra Civil estadounidense tiene cerca de 160 años de haber ocurrido, sin embargo entre buena parte de la población blanca de Estados Unidos prevalece el menosprecio por la vida de los afroestadounidenses, además de estereotipos raciales fuertemente arraigados que mantienen, como generalidad, a los negros separados de posiciones de poder y de oportunidades de desarrollo iguales a las que detentan los blancos (la igualdad buscada en la ley se encuentra lejos de cumplirse). Son grupos históricamente empobrecidos y marginados por la justicia de facto cuyos individuos las más de las veces poco pueden hacer para defenderse de los abusos de autoridades que reproducen la visión dominante del negro como un ser proclive a la delincuencia, violento y con poca voluntad de integración. Según esta visión racista que liga el origen a un carácter determinado e invariable, el negro es un ser digno de castigo y un criminal en potencia. Esto se creía en los años más cruentos del esclavismo y esto mismo se sigue creyendo aún hoy en muchos lugares, ya sea como una convicción clara o como una vaga noción nunca articulada y en tanto tal más difícil de asir conceptualmente y de criticar.

A pesar de que se ha hecho muy poco desde los diversos gobiernos estadounidenses para una integración real de la comunidad negra (que sigue viviendo en guetos y abarrota las cárceles a los largo de los Estados Unidos), se abre cierta ventana de esperanza al ver la respuesta de buena parte de la sociedad civil en las protestas por el asesinato de Floyd. Y si bien esto permite ser entusiastas por la manera en que en pocas generaciones un buen número de estadounidenses ha cobrado consciencia de que las desigualdades existen y son intolerables, la respuesta de Trump arroja una nota muy negativa sobre el acontecimiento, ya que el mandatario ha decidido enfrentar con violencia a unos protestantes cuya legitimidad está lejos de toda duda. Una vez más, como desde el momento en que llegó a la presidencia, Trump saca de las sombras una animosidad conservadora e intolerante que parecía haberse mitigado desde hace muchos años. Trump de nuevo nos sorprende por su talento para despertar las pulsiones más violentas e irracionales y ponerlas al servicio de sus propias causas.

Tirando por la borda los valores de un pasado racista
En buena medida alegra lo que está ocurriendo en Estados Unidos, pues supone avances muy importantes en la lucha de los negros por ser reconocidos como actores de la sociedad tan valiosos como los demás, además de que permite ver un cambio de mentalidad muy favorable en buena parte de la población blanca, que en muchos de los casos ahora lucha activamente por la justicia y la integración de los demás grupos sociales, y por dejar de lado una mentalidad racista que solo ha resultado en violencia e injusticia. No menos impactante es ver las manifestaciones que se están dando en Europa, en primer lugar porque son un apoyo muy valioso a las manifestaciones estadounidenses, pero también porque están revolviendo un pasado europeo que apenas desde hace muy poco ha sido cuestionado con profundidad: un pasado exitoso, pero fundado en la explotación y la violencia, y en una moralidad que por un lado enarbolaba un humanismo pujante (que solo miraba por los humanos europeos) y por el otro promovía la idea de que los otros humanos (no sujetos del humanismo) eran seres de menor valor cuya explotación no debía mover a culpa. Un sistema de enorme pujanza económica que descansaba en las espaldas flageladas de esclavos. Particularmente significativos han sido los actos de vandalización en Bélgica de los monumentos erigidos en honor de Leopoldo II, quizá el epítome del europeo esclavista que abusa e incluso se regodea con el ejercicio de la explotación. El fundador de la vasta explotación colonial del Congo que entre finales del siglo XIX y principios del XX estableció un régimen de explotación que terminó con la vida de aproximadamente 10 millones de congoleños, y a quien se debe el establecimiento de medidas de terror para la obtención de recursos naturales como el caucho, el marfil o el copal, entre las cuales destacan el incendio de aldeas o la mutilación de quienes no llegaban a alcanzar las cuotas impuestas. Esta figura que es embarazosa para una Europa avergonzada de parte de su pasado (como el colonialismo o el nazismo), cuenta aún en Bélgica con numerosos monumentos, algunos de ellos previamente vandalizados, pero es en estos días, con el eco que Europa hace de las protestas por el asesinato de George Floyd, que los protestantes belgas han decidido deslindarse de un modo más enérgico de un pasado en el que, en nombre de una supuesta superioridad racial, era permisible la explotación de unos humanos por otros.


Ver la viga en el ojo propio
En México no suele reconocerse abiertamente la existencia del racismo. A menudo, tratando de suavizar la carga significativa que tiene esa palabra, se la troca por el término más vago del clasismo, reduciendo la cuestión a solo fricciones entre las diferentes clases sociales (lo que prácticamente llega a significar nada, pues estas fricciones se dan en todas las sociedades). Sin embargo es difícil negar que, tal como en otros territorios que antiguamente fueron colonias, en México también existió una categorización racial que legitimaba la explotación de los naturales del territorio por los españoles. En consecuencia, la estructura administrativa y de gobierno estaba fuertemente determinada por la diferenciación racial, que excluía de ciertos cargos a los descendientes de indios o incluso a los criollos, en tanto que la estructura económica también favorecía a los hacendados y latifundistas de origen hispano, quienes sometieron a la población nativa a regímenes de explotación solo relativamente más moderados que el esclavismo. La independencia no logró que de la noche a la mañana esas estructuras ligadas a la raza desaparecieran, es más, es de dudarse que en nuestros días hayan desaparecido del todo, sobre todo en el ámbito económico, en el que las herencias pecuniarias han dotado a algunas familias de la posibilidad de favorecer a su progenie. Sumado a este punto, es plausible que la hegemonía europea a nivel global desde los primeros tiempos de la colonización hasta el canto del cisne de esta a mediados del siglo XX sea un factor determinante para que la cultura europea se impusiese como el modelo para el resto del mundo, con una idea de la belleza forjada sobre el tipo físico europeo (lo que esto signifique) y con una idea del gusto básicamente también europea. No es que necesariamente esos modelos culturales se impusieran por la fuerza, pero es innegable que eran los modelos hegemónicos que muchas de las poblaciones sometidas adoptaron de forma inconsciente para encajar en sociedades hechas con moldes europeos y para tener mayores oportunidades de acceso al poder y a la "buena sociedad". Es quizás esta la razón de que tantas mujeres en México y toda Latinoamérica se pinten los cabellos con tonos rubios o de que exista una obsesión igualmente inconsciente con la claridad de la piel o con ciertos rasgos físicos. Pero quizá esta inconsciencia jamás se manifestó con tanta claridad como en una Bárbara de Regil horrorizada por el oscurecimiento de su tono de piel por un filtro fotográfico. Su horror estalló en palabras tan inocentes como sintomáticas del racismo mexicano.





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