Desde
que apareció el tráiler promocional de Nuevo orden, esta película no ha dejado de
ser tema de conversación habitual en México. Y es que si algo fue notable en aquel
momento, fue el sensacionalismo del tráiler. En él se muestra de manera condensada el
momento más candente de la película, en el que una boda en un barrio rico de la
Ciudad de México se ve interrumpida (invadida) por una manifestación violenta
perpetrada por miembros pertenecientes a los estratos desfavorecidos de la
sociedad. Lo que chocó a algunos fue el sesgo narrativo
por el que todo parece contarse solo desde el punto de vista de los privilegiados
de esta sociedad (¿hipotética?, ¿real?) que se retrata. Quizás para zanjar
interpretaciones inadecuadas, el director del filme, Michel Franco, advirtió en
una ya bastante conocida rueda de prensa que su película buscaba combatir el
racismo y que el racismo se podía dar en ambos sentidos (de blancos a
mestizos y viceversa). Al respecto, solo cabe hacer notar que este alegato
contra el “racismo inverso” y contra el uso del término whitexican parecieron
no ser otra cosa que un acto para limpiar la mala fama que se
estaba creando la película, pues tampoco son temas que se relacionen de manera
directa con su trama, que no es desde luego antirracista (y tampoco es que
tuviera que serlo; pero la necesidad de aclararlo es algo que podía despertar más
suspicacias de las que ya había). Si el tráiler ya había dejado mal parada
a la película ante algunos, las declaraciones de Franco no hicieron mucho para acabar
con las reticencias.
Lo cierto es que si bien la película no plantea una visión expresamente racista de la sociedad mexicana, sí puede acusársele de cargar el lastre de un racismo inconsciente (aunque, obviamente, no justificable): el mayor peso dramático dado a los personajes de clase alta (blancos) es innegable, ya que la narración se centra en ellos y en sus miedos; a los demás se les presenta la mayor parte de las veces de una forma periférica, al punto de que nunca se entiende (porque no se plantea) cuál fue la razón de su rebelión (aparte del supuestamente obvio resentimiento que produce la desigualdad; lo que hace de la rebelión, no algo razonado, sino la reacción de un grupo social que precisamente se presenta como no muy dado a la reflexión y como presa indefensa de sus pulsiones más básicas), o de que los otrora sirvientes se vuelvan de un día a otro verdugos que hacen a un lado de manera poco verosímil los vínculos afectivos con sus empleadores para convertirse en perseguidores que hacen un uso justiciero de la violencia para castigar los malos tratos de los viejos días. Sin embargo, al respecto, quizás el punto más perverso del planteamiento argumental sea el papel que se da al ejército en la represión, que aunque está comandado o responde a los intereses de las clases altas (uno de los comandantes es amigo de la familia protagonista de la película, aunque nunca se plantea a quién sirve en realidad), se vale de sus bases de clase baja para ejecutar la represión devenida en vil pillaje que vemos en la pantalla. Esto hace que el encono de los militares de bajo rango, aunque canalizado en un modo distinto, no sea muy diferente del de los pobres no militares, que le entran con tanta o más saña que aquellos a la tarea de ajusticiar de manera violenta a quienes los oprimieron, aunque no los favorezca una paga o un nuevo estatus en el nuevo orden, sino una represión sin trabas no mediada ni justificada por ningún discurso político o ideológico (o por lo menos Franco no se molesta en plantearlo). Lo que significa que para Franco el combustible de una rebelión como esta es solo el resentimiento y la cortedad de miras de los que se rebelan, y que no son necesarios mecanismos discursivos y políticos que favorezcan el estallido de la violencia y el convencimiento de las voluntades. Y aunque a primera vista pase desapercibido, la manera en que Franco retrata el doble papel de las clases bajas tanto en el ejército como en la “rebelión” es lo más auténticamente racista del filme, pues el director concibe a los pobres/morenos/desfavorecidos como personajes incapaces de decidir y eludir la violencia, a la vez que, desde el punto de vista de la construcción argumental, para el director estos personajes solo merecen ser vagamente esbozados en lo que se refiere a su psicología, cuya expresión concreta a lo largo de la película se da casi siempre a través de un vocabulario hosco y agresivo, una falta de disposición al diálogo, y una pasividad que los lleva a soportar de forma impasible la imposición de un orden militar (cuando se trata de civiles), o a ejecutar también de forma impasible violaciones, secuestros y asesinatos atroces (cuando se trata de militares).
Debe reconocerse, sin embargo, que la militarización que retrata Franco es verdaderamente un peligro potencial (o una realidad) para la sociedad mexicana, aunque históricamente su imposición ha tenido mucho más que ver con el discurso de la ley y el orden imperante en buena parte de las sociedades occidentales y con la llamada guerra contra las drogas. Sin embargo, Franco no toma como bases de la militarización que retrata estos antecedentes y deja sin explicar sus causas, presentándola tan solo como una reacción casi surgida de la nada ante la revuelta popular (la cual quizás haya sido motivada por un movimiento de izquierda; pero suponerlo es aventurarse demasiado, porque el director jamás habla de política, aunque aluda vagamente a ella todo el tiempo). Esta falta de alusiones claras y debidamente elaboradas es precisamente lo que hace tan débil la "critica social" que pretende hacer la película, pues mientras películas como la Ley de Herodes o El infierno no dejaban dudas acerca de los temas y actores a los que referían, y por tanto se trataba de películas plena y eficazmente políticas, Nuevo orden nada en un mar de ambigüedad que puede deberse a la superficialidad de la mirada de Franco sobre los conflictos sociales y de clase; aunque también pueda deberse a que el director privilegie las emociones más instintivas como el miedo sobre el entendimiento profundo de los peligros (y las causas) de la desigualdad y la militarización. Evidencia de la poca importancia que da Franco al entendimiento discursivo e ideológico de las realidades sociales es la escasez de diálogos y la carencia total de explicaciones de parte de cualquiera de los personajes representados (¡vamos!, que ni siquiera se retrata puntos de vista subjetivos ni motivaciones, ni de ricos ni de pobres). Incluso a nivel de diseño sonoro, resulta llamativo lo poco audibles que resultan los diálogos, ya que siempre se confunden con el sonido ambiente y quedan ahogados por los sonidos de la violencia: estallidos, golpes, disparos… Queda la impresión de que este recurso de ahogar el diálogo tiene la intención de confundir al espectador e infundirle terror, más que de explicarle lo que aparece en la pantalla. Y si bien sumergir al espectador en un estado de confusión puede ser un recurso cinematográfico válido, resulta un tanto irresponsable que una película que se pretende de crítica social deje tantas interrogantes argumentales, pues nunca queda claro si la película denuncia a actores políticos o sociales reales, y su ambigüedad acaba siendo hiriente cuando el resultado más visible es un retrato borroso y estereotipado de los estratos más desfavorecidos que poco ayuda a generar la empatía que Franco ha declarado haber querido suscitar con su película.
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