viernes, 24 de abril de 2020

El espacio del SARS-CoV-2


La idea de escribir un texto como este surgió en 2009, conforme la pandemia de la A(H1N1) se esparcía por un mundo que parecía no estar preparado para hacerle frente, pese a que infecciones de gran magnitud parecen presentarse cíclicamente en periodos que a menudo no son tan largos (un evento de características semejantes se había suscitado apenas siete años antes, y al menos los países del Asia oriental recordaban muy bien la experiencia y ya contaban con mecanismos de respuesta). Sin embargo en aquel momento la poca preparación se reflejó en la laxitud de las medidas adoptadas por muchos de los gobiernos —al menos en México no recuerdo que se llegara a establecer medidas de distanciamiento social de cumplimiento obligatorio, por ejemplo—, lo que sin duda no debió de ayudar a detener la propagación del virus. A esto se sumaba el statu quo de la comunicación en aquel momento: las redes sociales, pese a existir, distaban de ser los canales de comunicación inmediata que son ahora (o lo eran en una medida menor) y las fake news seguramente eran un mal aún más propagado, pero nadie las había puesto aún en el banquillo, por lo que en muchos rincones del país penetraban muchas más noticias inciertas y especulativas que notas de hechos y cifras reales. Era el medio de cultivo propicio para la desinformación y para que surgieran todo tipo de teorías de la conspiración; millones de personas en el país creían que la A(H1N1) era una cortina de humo y sostenían sus posturas diversamente elaboradas en el hecho de no haber visto nunca muertos y en argumentos del mismo estilo. Sin embargo las instituciones abocadas a la atención de las enfermedades respiratorias se vieron colmadas de casos y tuvieron que gestionar el manejo de los fallecidos resultantes, un poco como si la tragedia ocurriese en los sótanos del país.

Una de las cosas que más me llamaban la atención del asunto, quizá como arquitecto de formación que había oído la palabra espacio como aderezo de todos los moles, era cómo el virus señalaba la trivialidad en el uso de la palabra y apuntaba hacia formas novedosas (y sobre todo más integrales) de entenderla; el fenómeno que nos amenazaba incluso nos orillaba a dilucidar que existían formas no humanas de ocupación del espacio, formas que podían entrar en conflicto con las nuestras y ponernos en peligro. Y es que, seamos honestos, nos preocupa muy poco cómo ocupan el espacio los animales y las plantas porque la configuración de los espacios que habitamos los humanos, en buena medida, está determinada por nosotros mismos, y la manera en que los perros o los gatos discurren por él la suponemos previsible y en general poco amenazante para la existencia humana (como especie, solemos ejercer también un gobierno sobre la utilización del espacio de montones de otras especies). Vamos, en las situaciones que llamamos normales, nosotros ejercemos la autoridad del espacio. Pero la cosa cambia cuando llega un nuevo habitante que nos pone en peligro y cuyo comportamiento, y modo de habitar, desconocemos (casi podemos identificarnos de forma automática con las ingenuas víctimas de aquel hombre invisible de las películas). ¿Por qué los arquitectos, que se presumen casi como space-lovers, no habían reparado en la existencia de este espacio posthumano o extrahumano, o les preocupan tan poco los espacios naturales, esos inmensos ecosistemas en que las fronteras no están señaladas por vallas, sino por una diversidad de señales a menudo invisibles para el humano —o invisibles hasta que este se decide a verlas—? Creo que respecto del espacio como materia teórica, los arquitectos nos quedamos tan solo en la punta del iceberg, cuando incluso temas como la apropiación de este por grupos humanos (que no animales o vegetales o bacterianos) son raramente tratados en la disciplina.

Por razones que no pretendo precisar, no escribí aquel texto en 2009, pero la situación actual reaviva muchos de los hilos argumentales que se encuentran entramados en estos párrafos. La gran diferencia es que el agente infeccioso protagonista de los últimos días parece moverse de forma más sigilosa y por ello parece hacer tambalear de una manera más fuerte nuestras preconcepciones acerca del espacio, revelándolas nuevamente como limitadas y antropocéntricas, o al menos no todo lo multidimensionales que deberían ser. 


¿Y qué ha cambiado?

Es curioso pensar que entre un evento pandémico y el otro hayan pasado apenas once años, sin embargo el mundo parece ser ahora muy distinto, pese a que muchas de las realidades actuales son solo la reafirmación de las tendencias de aquellos tiempos. 

El internet es, mucho más que en aquellos tiempos, el canal primario para la obtención de información para el ciudadano promedio; en él se puede ver fake news por montones, es cierto, pero también los medios informativos de mayor alcance, como los periódicos y una multitud de nuevos medios exclusivamente digitales, están de lleno aquí, con una presencia mucho mayor a la de 2009. El impacto más favorable de este aumento en su cobertura se ha dado en las redes sociales de carácter más público, como Facebook, donde los usuarios pueden ver de forma contrastada la información publicada por cada uno de estos medios, siendo más fácil la identificación de posibles bulos. Ello no significa que noticias de dudoso rigor se filtren a este espacio "universal" de información y puedan ser favorecidas por numerosos usuarios, sin embargo el contraste y clima de discusión (y hasta de denuncia) propio de estas redes sociales posibilita que la falsedad de muchas de las noticias pueda ser al menos identificada y puesta a raya. Más preocupante es la manera en que se difunde la información en redes de carácter más privado como WhatsApp, donde los mensajes se transmiten de persona a persona, sin que se susciten discusiones abiertas acerca de la veracidad de sus contenidos: todos hemos oído de al menos algún mensaje de carácter cuasi apocalíptico enviado por algún emisor sospechosamente celoso de su anonimato. Basta darle un vistazo a esas historias para que se destape una cloaca llena de teorías de la conspiración tan poco reales como perjudiciales, pues desvían la atención de los aspectos relevantes de la pandemia para dedicarse a encontrar enemigos y complots globales donde no los hay y donde el emisor quiere que los encontremos. Lamentablemente mucha gente prefiere estas tramas novelescas a la ardua tarea de obtener información concreta que debe ser sopesada y analizada para ir llegando, paso a paso, a ciertas conclusiones.

Otra diferencia decisiva es el carácter del actual virus. Si bien la A(H1N1) era un virus particularmente letal, su tasa de contagio (R0) era mucho menor al del actual SARS-CoV-2, factor este que se suma a un periodo infeccioso particularmente amplio (incluso desde la fase en que no se han presentado síntomas), lo que hace imposible la identificación de todos los infectados y la contención (espacial, obviamente) del virus de una forma puntualizada. De ahí la importancia de las medidas de distanciamiento social y de limitación del tránsito. Además de ello, se ha sabido de personas reincidentes en el contagio y no se conoce a ciencia cierta la operación de los mecanismos de inmunidad humanos de cara a este nuevo virus. También complica su combate que no se cuente, no solo con una vacuna, sino con un tratamiento de eficacia probada, lo que deja a los infectados totalmente a expensas del comportamiento del virus y de su ciclo de infección. A grandes rasgos esas parecen ser algunas de las razones que hacen que, desde el punto de vista biológico-infeccioso, este virus sea particularmente temible.


Los errores que persisten

Ya he descrito con cierto detalle en qué se diferencian, a mi entender, las dos pandemias, sin embargo muchas de las inquietudes que me suscitaba la A(H1N1) se han revitalizado con el actual brote del SARS-CoV-2, e incluso han cobrado una forma más definida. Lo que está detrás de este resurgimiento es que el peligro parece mayor y que el control de la situación es más dudoso. Lo que señalaba sobre esa ocupación no humana del espacio no es más pertinente respecto de este virus, pero es definitivamente más visible ahora que la identificación de los canales de propagación se ha vuelto imposible. Y repito, en este caso el tema de las ocupaciones no humanas ha saltado a nuestras caras por el simple hecho de que el SARS-CoV-2 es un organismo potencialmente mortal y porque su comportamiento es hasta el momento enigmático para nosotros. Es casi como decir que tienes que poner en peligro a los humanos y a sus formas de vida para tener el suficiente interés y captar sus miradas. En cuanto a los osos polares, los pangolines o la especie que se quiera, su ocupación del espacio solo es una nota al margen para nosotros porque nuestras formas de vida parecen no estar intrincadas con las de ellos (sabemos que sí lo están, pero el impacto puede ser pasado por alto mientras no se convierta en una emergencia "con significado humano"), de ahí que la usual (y tan de moda) preocupación por la sustentabilidad de nuestras vidas y nuestros modos de producción parezca ser más bien una preocupación de dientes para afuera. Y es que el humano parece solo poder respetar aquello que visiblemente puede causarle un daño; quizá esa sea la razón de que en algún punto de la historia el humano se viese obligado a crear el derecho, cuando su peor depredador (sus propios congéneres) fue identificado como el único capaz de ponerlo en peligro. Ahí fue que empezó quizás la idea de limitar las posibilidades de acción de otros humanos. 

En plena crisis por el calentamiento global, el SARS-CoV-2, viene a recordarnos que no estamos solos en este mundo y que la calidad de nuestras vidas tiene todo que ver con la de los organismos con los que cohabitamos, nos lo recuerden estos de una manera violenta o no, y que el respeto por estos organismos de ninguna manera debe estar en función de lo violenta que pueda ser su interacción con nuestras vidas. El antropocentrismo está en crisis y debemos buscar nuevas formas de producir y de estar en el mundo, además de necesitar ser más conscientes de que lo que nos concierne no solo es aquello que pone en jaque nuestros intereses inmediatos, sino el bienestar de toda la generalidad de seres vivos, cuyas interacciones con nosotros son indispensables para nuestra propia existencia en maneras que a menudo aún desconocemos. La actual crisis nos lleva a pensar (sin que podamos esconder la cabeza bajo la arena) que el espacio no es solo cosa de arquitectos, ni siquiera es solo cosa de humanos, sino que es esa enorme extensión en la que nos entrecruzamos diferentes formas de vida y en el que hay dominaciones y colisiones de todo tipo, de ahí la necesidad de hacer que esas interacciones sean beneficiosas y puedan seguir ocurriendo tanto tiempo como sea posible. 


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Fuentes de información

Mauricio Canals L., "Inicio de la pandemia A(H1N1): Álgebra, cálculo y geometría del contagio", Revista Médica de Chile, 2009. Disponible en: https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0034-98872009000600019.

Material de consulta recomendada


Asian Boss Español, "Este experto de coronavirus de Corea del Sur contestará a todas tus preguntas". Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=GQAcL8z8R3I.

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