sábado, 21 de julio de 2012

Música medieval. Tercera parte

Tumba del Príncipe Negro, hijo de Eduardo III, en la catedral de Canterbury.

El largo preludio a la Guerra de los Cien Años

Las dos grandes potencias políticas de finales de la Edad Media, las monarquías de Francia e Inglaterra, por estar inevitablemente enfrentados sus intereses y por estar ligadas dinásticamente más allá de lo deseable, parecían destinadas a tener que entablar en algún momento una gran guerra por la que se estableciesen de manera definitiva sus lindes territoriales (recordemos que de manera intermitente Inglaterra poseyó en el actual territorio francés las regiones de Normandía y Anjou, ambas, regiones geopolíticamente importantes pues facilitaban el desembarco de tropas en territorio francés; y de manera permanente poseyó por varios siglos Aquitania y la Guyena). La guerra que resultaría de la enormidad de los intereses puestos en juego y de la gran potencia militar de ambas monarquías nada tendría que ver con las guerras de corto alcance y del día a día por las que poco a poco los señores feudales iban arrancando imperceptiblemente territorios a sus vecinos para luego volver a perderlos. Desde luego, los conflictos entre Francia e Inglaterra no son cosa de un día ni comienzan con la Guerra de los Cien años; hay que remontarse a algunos siglos antes para entender lo imbricadas que estaban, territorial y dinásticamente, ambas monarquías.

     La cesión de una provincia en particular habría de ser por siglos la piedra en el zapato de la monarquía francesa. En 912, cuando los normandos invadieron por oleadas Europa, para evitarse problemas con ellos, el rey carolingio en turno, que dominaba, más en teoría que de manera efectiva, el occidente de lo que alguna vez fue el Imperio carolingio, un territorio más o menos coincidente con la Francia actual, hubo de ceder una amplia región del norte francés a Rollón el Caminante, uno de los cabecillas normandos, la actual Normandía. Al cabo de unas cuantas generaciones estos normandos trasplantados a Francia adoptarían su lengua y sus costumbres, incorporándose a Francia; pero también en ese corto tiempo habrían de ganar un poder inusitado. En 1066, estando ya Francia bajo el dominio de los Capeto, el conde normando conocido por la posteridad como Guillermo el Conquistador decidió invadir Inglaterra, y su empresa obtuvo tal éxito que rápidamente se hizo del poder de toda la isla. Desde ahora para Francia el conde de Normandía ya no sería un señor feudal más. Esta inesperada conquista implicaba también algo más: la cultura real inglesa sería por mucho tiempo deudora de la cultura francesa; hasta finales del siglo xiv el lenguaje de la corte inglesa será el francés y no el inglés. Ahora en el propio territorio francés ambos poderes compartían tanto territorios como una misma matriz cultural.
    Durante el siglo xii la relación entre ambas coronas habría de complicarse aún más. Al morir el único hijo varón de Enrique I de Inglaterra y Normandía durante una travesía por el Canal de la Mancha, la corona inglesa tuvo que heredarse por medio de su hija Matilde, nieta de Guillermo el Conquistador, y como por medio de un matrimonio ventajoso podían ganarse territorios, Enrique decidió casar a su hija con el conde de Anjou, Godofredo el Hermoso. Con este matrimonio Inglaterra aseguraba su posición en Francia; Anjou colindaba con Normandía, y con la posesión de ambos condados, Inglaterra contaría con una amplia base para intervenir en territorio francés. Ahí no quedó todo. Después el hijo de Matilde y Godofredo, Enrique II, se casaría con Leonor de Aquitania; antes había sido esposa de Luis VII de Francia y ahora era una despechada divorciada que buscaba estorbar los intereses de su ex esposo. Por este matrimonio Inglaterra sumaba a la posesión de Normandía y Anjou Aquitania y la Guyena, enormes territorios del sur francés.
     Sin embargo, tras la consolidación de la monarquía francesa y gracias a una intensiva campaña propagandística y militar de Felipe Augusto contra Juan sin Tierra, a inicios del siglo xiii, Inglaterra habría de ceder Normandía y Anjou. Francia lograría asentar así las condiciones necesarias para su seguridad territorial por más de un siglo. Pero hacia falta una monarquía poderosa para poder sustentarlas; al menor indicio de debilidad interna, Inglaterra podría volver a acometer. Esas condiciones de debilidad se dieron justo después de la época de mayor esplendor para la corona francesa, después del reinado de Felipe IV (1285-1314). Antes de volver sobre estas condiciones adversas que permitieron a los ingleses nuevamente amenazar a Francia, conviene que nos detengamos un poco en uno de los muchos logros gubernamentales de Felipe IV, pues con este logro en particular Francia conseguiría el apoyo del Papado durante la larga etapa de la Guerra de los Cien Años. 
     
Un papa a la medida
A raíz de un impuesto al clero establecido por Felipe IV a finales del siglo xiii, comenzaría una breve etapa de tensiones entre la Iglesia y Francia, que Felipe resolvería a su favor. Para hacer frente al Papado, Felipe creo los Estados Generales, una vasta asamblea conformada por representantes del clero francés, le nobleza y la burguesía, con cuyo consenso Felipe validaría sus decisiones de gobierno, tanto de cara al pueblo francés como frente a las pretensiones de actores externos. Los Estados Generales apoyaron la puesta en marcha de este impuesto y el Papado hubo de ceder de momento. Pero gracias al dinero y el consenso popular ganados durante el jubileo del año 1300, la Iglesia pudo reponerse a este sometimiento momentáneo y volver a disputar sobre los impuestos o cualquier otra materia en que Felipe pretendiese obtener ventajas. Bonifacio VIII decidió volver a insistir en el asunto de los impuestos, pero ahora, sintiendo que la opinión internacional estaría a su favor, emitió una bula en la que se declaraba que todo aquel monarca que estableciese impuestos al clero sin la autorización del Papado sería excomulgado. Felipe no cedió y Bonifacio VIII declaró su excomunión; entraría en vigor el 8 de septiembre de 1303. Felipe no esperó a tal fecha y decidió dar un golpe de mano. Redactó una lista de abusos del papa con la ayuda del jurista Guillermo de Nogaret y, al ver que Bonifacio VIII no cejaba en sus pretensiones, antes de que la excomunión se hiciese efectiva, raptó a Bonifacio en su residencia veraniega de Anagni. Poco tiempo después Felipe lo liberó, pero ya estaba advertido y en el poco tiempo de vida que le quedó no volvió a tocar el tema. Pero Felipe no se contentaría con mantener intimidado al Papado, él quería disponer de un papa propio. Después del breve papado de Benedicto XI, por todos los medios posibles Felipe apoyó durante el proceso de elección a un candidato francés, el futuro Clemente V, pero lo apoyó a cambio de tres condiciones: Clemente no interferiría en el juicio que Felipe pensaba entablar en contra de los templarios, la sede papal se trasladaría a Aviñón y la mayor parte de los cardenales electos para el nuevo colegio cardenalicio serían franceses. Así se aseguró de que durante un buen tiempo los papas fueran franceses y estuvieran al alcance de la mano.

¿De quién es la corona?

Pero la sucesión de Felipe IV fue desastrosa. Entre los tres breves reinados de sus hijos (Luis X, Felipe V y Carlos IV) pasaron apenas 14 años; murieron jóvenes y no lograron tener hijos a los cuales heredar. Además de ello, las relaciones dinásticas con Inglaterra complicarían más las cosas. Felipe había casado a su hija Isabel con Eduardo II de Inglaterra. De aquel incómodo matrimonio, por lo menos a la vista de los franceses, nacería un hijo que llegaría a su madurez justo en el momento en que Francia atravesaba por su crisis de sucesión, Eduardo III. En este momento de crisis, Eduardo parecía ser un candidato más a la corona francesa. Sin embargo, Eduardo no podía heredar, pues según la Ley Sálica, establecida durante el breve periodo en que se sucedieron los tres hijos de Felipe, la corona sólo podría transmitirse por vía paterna. Al final, se resolvió que la corona recaería sobre uno de los sobrinos de Felipe, Felipe VI, hijo de Carlos de Valois. A pesar de que se trataba de un heredero emparentado de una forma más indirecta con Felipe que Eduardo —después de todo, Eduardo era nieto directo de Felipe—, Eduardo no protestó. A la muerte de su padre, en 1327, Eduardo III asumió la corona inglesa. Al año siguiente, se casaría con Felipa de Hainault, hermana de Felipe VI. No es entonces ninguna casualidad que una de las músicas ofrecidas para sus esponsales aludiera a un antecesor de todos, de los Capeto de Francia, de los Plantagenet de Inglaterra, ¡y hasta de la propia Felipa! En el motete Servant regem/Ludowice/Rex regum se le recuerdan a Eduardo sus deberes como rey al tiempo que se rememora la ejemplar vida de Luis IX. Si había algo que no dividía a las monarquías inglesa y francesa, eso era su origen común.


Servant regem/Ludowice/Rex regum


Sin embargo, como era de esperarse, los intereses de ambas coronas no dejaban de estar enfrentados. Un tercer actor en el escenario anglofrancés le daría a Eduardo el pretexto para actuar. El motivo para renovar la disputa por la corona francesa le vendría de Flandes, un condado bajo el dominio francés que había sido desde hacía mucho tiempo un aliado habitual de Inglaterra en sus disputas con Francia. Felipe VI había dado el condado a Eudes IV, ahora esposo de Juana, hija de Felipe V, ¡y madre de la esposa de Eduardo! Pero alguien más pretendía el condado, Roberto de Artois, casado con Juana de Valois, hija de Felipe VI. Roberto de Artois acudió a Eduardo mostrándole que Eudes estaba recibiendo el condado por vía materna: si Eudes recibía Flandes por vía materna, ¿por qué Eduardo no podía aspirar a ser rey de Francia? Una vez más Inglaterra y Flandes volvían a conspirar contra Francia. Entonces, Felipe intervino arrestando a todos los comerciantes ingleses en Flandes, y, como casi toda la lana utilizada por las industrias textiles flamencas provenía de Inglaterra, Eduardo decidió interrumpir las exportaciones de lana a Flandes. Los comerciantes flamencos, descontentos porque la detención de sus industrias se había debido en principio a Felipe, tomaron partido a favor de Eduardo y lo instaron a que se proclamase rey de Francia.
     Para hacer cejar a Eduardo en sus pretensiones, en 1337 Felipe VI confiscó a los ingleses la Guyena y comenzó a invadirla. En repuesta, Eduardo se proclamó abiertamente rey de Francia en octubre. Después, buscando amedrentar a Eduardo, Felipe decidió hacer una incursión a Inglaterra. Su flota partiría del puerto flamenco de Sluis. Eduardo se enteró de los planes de Felipe por sus aliados flamencos y se enfrentó a la flota de Felipe en Sluis. Eduardo hundió la mayor parte de aquella flota, obteniendo de paso el control sobre el Canal de la Mancha que los ingleses habían perdido desde los tiempos de Juan sin Tierra. Ahora todo parecía estar a favor de los ingleses.

La Guerra de los Cien Años en un párrafo

La batalla de Sluis traería a Inglaterra la primera de una larga serie de victorias (logradas por Eduardo con la ayuda de su primogénito, el Príncipe Negro, quien nunca llegaría a ser rey) conseguidas hasta la muerte de Eduardo (1377); después las derrotas vendrían alternadamente para franceses e ingleses sin que el dominio general dejase de ser inglés; la debilidad de ambas monarquías después de la muerte de Eduardo no permitió que la guerra concluyese con el dominio definitivo de ninguno de los dos bandos; también la irrupción de la peor epidemia de peste de la historia (1348-49) menguó la intensidad de la guerra por un buen tiempo. Hasta antes del reinado de Enrique V de Inglaterra (1413-1422) la guerra no dejo de ser una interminable serie de escaramuzas, pero con las campañas de Enrique, Francia llegaría a su momento más crítico en la guerra: Enrique logró apoderarse de todo el norte francés; se apoderó de París por más de 10 años. Pero en el momento en que todo parecía perdido, un giro imprevisto salvaría a los franceses. En su intento de tomar Orleans (1428), los ingleses fueron vencidos por Francia; algunos atribuyen la victoria francesa a la inesperada participación de una mujer en el bando francés, Jeanne Darc (Juana de Arco en la traducción más conocida). Como quiera que sea, la participación de Juana en el conflicto fue muy breve y quizá las causas de la derrota inglesa se deban más a los conflictos internos que por aquel momento sufría la monarquía inglesa. En adelante los ingleses no harían más que perder posiciones, pero las perderían muy lentamente a juzgar por la fecha final del conflicto; la Guerra de los Cien Años no terminará sino hasta 1453, el mismo año en el que la historiografía tradicional marca el final de la Edad Media.

La música inglesa durante la Guerra de los Cien Años

A pesar de que en sus momentos de mayor recrudecimiento la guerra dificultó los intercambios culturales entre Francia e Inglaterra, la mayor parte del tiempo éstos ocurrieron de la misma manera en la que siempre habían ocurrido. La misma idea de fundar una capilla de músicos le vino a Eduardo al conocer la capilla papal de Aviñón (aparte de esta capilla musical, emulando la capilla real francesa, la Sainte Chapelle, Eduardo construiría la capilla de San Esteban en Westminster, y emulando al mítico rey Arturo fundaría una orden caballeresca, la Orden de la Jarretera, estableciendo su sede en el castillo de Windsor, donde construiría su capilla privada, la capilla de San Jorge). Durante todo su reinado sus músicos realizarían fructíferos viajes a Aviñón para ponerse al tanto de las últimas novedades generadas en la capilla papal. Sin embargo, pese a los intercambios, en la época de Eduardo la música inglesa comenzó a adquirir un perfil propio, si bien tomando como modelo para sus géneros musicales los géneros franceses. A diferencia de la música francesa, en la que por aquel momento se desarrollaba la isorritmia, la música de los ingleses jamás se aventuró demasiado en elaboraciones rítmicas complejas; sus particularidades estribarían más en el uso de ciertos intervalos considerados por los franceses disonantes, los intervalos de tercera y sexta, particularmente, y en el amplio desarrollo de la homofonía. Del mismo modo, aunque la música inglesa retomaba los géneros desarrollados por los franceses, como el conductus y el motete, los retomaría siempre apropiándose de ellos de distintas formas.
     El motete se había originado en Francia en el siglo xiii y con el correr del tiempo se había vuelto un género versátil que permitía la musicalización de toda clase de textos. Pero mientras el motete francés se había vuelto un género de una dificultad impensable (gran parte de aquella dificultad se debía a la complejidad de los esquemas rítmicos en uso), en el suelo inglés el motete se simplificaría, encontrando un uso para toda clase de propósitos. En términos generales, el motete es una pieza musical en la que se cantan varios textos a la vez; su interés reside tanto en la habilidad musical puesta en juego para que las distintas melodías discurran sincrónicamente como en la yuxtaposición de textos, sea que éstos traten de temas por completo distintos o que se trate de textos temáticamente relacionados. La simplificación inglesa toca este punto de la multitextualidad. En el motete Balaam/Balaam/Balaam todas las voces cantan un único texto y las relaciones polifónicas entre todas las voces se dan por el retraso de algunas de ellas. Otro género de simplificación puede verse en el motete Campanis/Honoremus/Pes/Pes, en el que sólo un par de voces cantan textos en el sentido habitual del término; el otro par hace una imitación onomatopéyica del sonido de las campanas. Sin embargo, los ingleses también compusieron motetes complejos a tres o cuatro voces (cada una con su propio texto), ejemplos de ello son los motetes Candens crescit/Candens lilum/Tenor/Tenor y Virgo Maria/O stella/Flos genuit/Virgo, en el que cuatro textos son cantados al mismo tiempo.

Motetes

Balaam/Balaam/Balaam


Campanis/Honoremus/Pes/Pes


Candens crescit/Candes lilum/Tenor/Tenor


Virgo Maria/O stella/Flos genuit/Virgo


Mientras el motete aún era un género vigente en Francia, el conductus ya había caído en desuso, sin embargo los ingleses habrían de darle nueva vida. El conductus también hacía uso de la polifonía pero en una forma más simple; el interés del conductus reside menos en su complejidad estructural que en la fluidez de su melodía. En el conductus todas las voces cantan un mismo texto al unísono, pero la melodía cantada por todos los cantantes en registros paralelos (homofonía) obtiene por esa misma diferencia de registros un espesor y un peso que no se encuentran en la simple monodía. Por no tener que guardar una relación estricta con otras melodías, la melodía única del conductus discurre libremente y los matices emocionales y significativos del texto pueden ser llevados a música con el mayor detalle. El conductus en su apropiación inglesa estaba destinado a ser el género lírico-musical con el que los ingleses se desmarcarían de todas las tradiciones musicales de sus contemporáneos; un género de origen francés pasó a ser el género musical inglés por antonomasia. Hasta en lo musical no hubiera podido ser más estrecho el vínculo entre ingleses y franceses.

Conducti

Quare fremuerunt


Salve regina


Angelus ad virginem


Virgo salvavit


Christi messis nunc madescit


La capilla de San Jorge en el castillo de Windsor.

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Bibliografía

Asimov, Isaac, Historia universal: La formación de Francia, trad. Néstor A. Míguez, segunda edición. México, Alianza Editorial Mexicana S.A., 1983.


Guerber, Antoine, notas introductorias al disco Honi soit qui mal y pense ! Polyphonies des chapelles royales anglaises (1328-1410). París, Alpha, 2002.


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