viernes, 13 de julio de 2012

Música medieval. Segunda parte

Basílica de Saint-Denis.

La hegemonía de París y la nueva música polifónica
La realización de una técnica de composición y una escritura musical adecuadas para la elaboración y la transmisión de la música polifónica es sólo un signo entre muchos otros de los rápidos progresos acaecidos en las civilizaciones urbanas medievales durante un periodo cuyo inicio más o menos coincide con la aparición de los primeros desarrollos del llamado estilo gótico, en arquitectura, y cuyo fin coincide con la llegada al trono francés de san Luis. Para ver con claridad las ligas entre los cambios sociales y la creciente sofisticación de las técnicas artísticas en el curso de los siglos xii xiii, nada mejor que echar un vistazo sobre el desarrollo de la sociedad y las artes parisinas de este periodo, pues París es la primera ciudad que con toda propiedad puede calificarse como metrópoli: sus problemáticas artísticas e intelectuales comienzan a ser en este periodo las propias de una gran ciudad socialmente muy estratificada en la que se entablan relaciones de diversos tipos entre sus estamentos y en la que surge una multitud de saberes especializados, una sociedad de relaciones de poder complejas; el estudio de París también puede ayudarnos a entender los desarrollos de muchas otras ciudades en un sinfín de ámbitos, porque la civilización y las realizaciones culturales parisinas serán asumidas por ellas como modelos. Esta ciudad culturalmente floreciente será llamada por sus contemporáneos «Mater artium» (Madre de las artes), «Secunda Athena» o «Paris expers Paris» (París la sin par).
     París era la mayor ciudad asentada en el territorio patrimonial de los Capeto. Hasta entonces, los Capeto habían forjado la monarquía más sólida del orbe cristiano, no sin antes haber tenido que combatir desde sus propias tierras contra los señores feudales que los circundaban; en el transcurso de la primera mitad del siglo xii lograron tanto el sometimiento de estos señores como el reconocimiento de su supremacía en la mayor parte de los condados del norte francés. En lo básico, a mediados del siglo xii el poder monárquico francés había logrado lo que prácticamente ninguna otra monarquía (exceptuando Inglaterra), la centralización del poder. Como capital de la mayor monarquía, pronto París sería la ciudad más poblada de Europa, y en ella comenzarían a suscitarse fenómenos inéditos que, sin embargo, después se volverían frecuentes en todas las ciudades grandes de Europa. Uno de estos fenómenos fue el auge de las escuelas. Para solventar las labores administrativas propias de la ciudad, hacía falta la enseñanza de ciertas materias; las escuelas necesarias fueron surgiendo alrededor de las iglesias, como era natural. Al finalizar el siglo, la afluencia de estudiantes de toda Europa a las escuelas parisinas era tal que pronto habría conflictos originados por el tamaño de esa población flotante; la creación de la Universidad dará una solución a estos conflictos. 
     La decisión de crearla surge a partir de un hecho más bien anecdótico, un pleito entre el criado de un clérigo alemán y unos taberneros; en apoyo al primero, un contingente de estudiantes alemanes fue a realizar destrozos a la taberna en cuestión. En respuesta a esta agresión, se llevó a cabo un intento malogrado del preboste real y algunos burgueses parisinos de arrestar a los estudiantes que acabó en la muerte de cinco personas. Los estudiantes y los maestros se plantaron ante el rey Felipe Augusto exigiendo que se castigara al preboste, amenazando con que si esto no sucedía las clases se suspenderían y los estudiantes se marcharían. Para satisfacer sus exigencias, y porque no le convenía que las actividades estudiantiles parasen, el rey castigó al preboste y liberó a los maestros y estudiantes de su jurisdicción; ahora habrían de quedar bajo la jurisdicción del obispo. Pronto el obispo se arrogó más autoridad de la debida e impidió que los cursos se desarrollasen a voluntad de los maestros. Nuevamente hubo de actuar el rey: finalmente decidió hacer una corporación de estudiantes y maestros, a quienes dio autonomía a cambio de que se comprometieran a establecer un reglamento propio con el que se definieran sus atribuciones corporativas. Así nace la universidad como entidad jurídica autónoma.
     Pero la vida escolar en París había comenzado a adquirir un perfil distintivo antes de que un asunto de sobrepoblación escolar lo hiciese evidente. Hay quien atribuye el establecimiento del espíritu escolar de la París gótica a Pedro Abelardo (1079-1142), quien comenzaría, a finales del siglo xi, a hacer uso de métodos lógicos para la interpretación de los dogmas cristianos. Pedro Abelardo fundó un método de interpretación que ya no se validaría sólo citando la opinión de los padres de la Iglesia; ahora el razonamiento habría de intervenir en la exégesis de la doctrina. Pero no sólo en estos comienzos de la dialéctica escolástica reside la renovación del pensamiento cristiano surgida en París, también se debe a una resurrección de las doctrinas neoplatónicas en las escuelas y al estudio de la naturaleza bajo la óptica de la teología. 
     Poco a poco más clérigos habrían de interesarse en la investigación de los fenómenos naturales, con una diferencia notable respecto a lo que ahora llamamos ciencia: los clérigos escolares del siglo xii se adscriben a la doctrina de ascendencia neoplatónica según la cual todos los fenómenos naturales, por más diversos que nos parezcan en la experiencia, han sido originados por una sola causa: las criaturas son emanaciones de la divinidad y todo es fruto de la inteligencia de Dios. La representación de esta creencia en el orden universal será llevada a la arquitectura bajo un programa claramente articulado por el abad Suger, artífice del estilo al que los italianos, desdeñosamente, después llamarían gótico. Donde primero se ensaya este nuevo estilo es en la basílica de Saint-Denis, cuya disposición de elementos es una metáfora de la doctrina de que la creación y el mundo natural están sometidos al ordenamiento divino. La luz que se cuela a raudales por los amplísimos ventanales da forma a todo cuanto percibe el fiel: a las figuras de aquellos vitrales repletos de enseñanzas para quien los ve con los ojos de la fe, a las estructuras arborescentes que partiendo del suelo se entrelazan en las alturas como buscando allí la inteligencia divina que las informa, a las amalgamas de color que se proyectan sobre los pisos después de que la luz ha traspasado los vitrales. Según la «doctrina arquitectónica» de Suger, toda la diversidad de formas y colores se remite a un solo elemento, la luz; todo es emanación de una única sustancia divina, y, si se saben leer los signos impresos en las criaturas de la naturaleza, el orden del mundo se revela: el mundo es un libro en el que se lee la existencia de Dios, la inteligencia suprema. 
Quizás fue siguiendo la estela de Suger que los clérigos de la catedral de Notre-Dame elaboraron una música de la emanación. Para los músicos de la Escuela de Notre-Dame la «materia» musical de la que todo emana son los himnos y los cantos gregorianos legados por la tradición; la Iglesia era en general muy cuidadosa de las melodías que habían de sonar al interior de las iglesias: todo debía estar validado por la tradición. La polifonía del siglo xii surge como una glosa pía a estas melodías. En la base del «edificio» polifónico el canto gregoriano es cantado por la voz tenor (voz, porque más que referirse este término a un tipo de cantante particular, o al registro que hoy es conocido por ese nombre, se refiere a una línea melódica estructural), llamada así porque es ella quien lleva la melodía básica, que tiene o mantiene la estructura de la pieza polifónica. La voz tenor canta lentamente esta melodía para que por encima de ella se canten las voces superiores más rápidas y ornamentadas. Este canto sincrónico debe su unidad a las relaciones armónicas de consonancia existentes entre las diferentes voces. Una vez más es la armonía la que conjunta una serie de elementos heterogéneos. Estos cantos escritos y ejecutados por músicos especializados, los machicoti, serán llamados organa —organum, en singular—, y su realización y escritura demandarán una especialización sólo realizable en París y sus escuelas clericales: para hacer concordar las voces en la ejecución es preciso que se añada un elemento musical a la notación: la duración de las notas; en notas largas estará anotada la voz o melodía tenor; en notas breves, el canto ornamentado sustentado en el tenor. Los organa que presento a continuación proceden del manuscrito Pluteo 29.1 de la Biblioteca Medicea-Laurenciana, del llamado Magnus Liber Organi, la mayor fuente de músicas de la Escuela de Notre-Dame que ha llegado hasta nuestros días.

Organa

Benedicamus Domino 


Descendit de celis



Al lado de este género musical suntuoso destinado a las celebraciones más importantes del calendario, el género del conductus (del que vimos algún ejemplo en la entrada anterior) seguirá su carrera, pero ahora aprovechando las nuevas técnicas polifónicas. Sin embargo la polifonía en el conductus es de un orden distinto: en el conductus no se sobreponen notas de diferentes duraciones, sino que las diferentes melodías aparecen como melodías paralelas, es decir, cantadas en unísono pero en diferentes registros. A continuación presento los conducti Veri floris sub figura y O Maria virginei; en el primero se exalta la virtud del clero; el segundo es un poema en honor a las virtudes de María.

Conducti

Veri floris sub figura


O Maria virginei




ä

Bibliografía

Jacques, Paul, Historia intelectual del Occidente medieval, trad. Dolores Mascarell, primera edición. Madrid, Ediciones Cátedra, 2003.

Gallo, F. Alberto, Historia de la música, Vol. 3: El medioevo. Segunda parte, trad. Rubén Fernández Piccardo. México, DGE/Turner Libros, 1999.


Discografía

No hay comentarios:

Publicar un comentario