viernes, 19 de agosto de 2011

La disolución de las formas y las ideas


Cumulonimbus incus
La naturaleza parece ser la principal fuente de donde manan las ideas del hombre, y todo cuanto nos ha sido posible deducir de ella ha pasado, tarde o temprano, a integrarse a nuestras concepciones sobre la vida. Sin embargo, varias de las percepciones que hemos tenido sobre la naturaleza y la vida han sido erróneas, y el tiempo se ha encargado de demostrárnoslo, haciendo que se vuelva mentira aquello que antes nos parecía verdad. Lo que comprueba o que somos malos observadores o que, en nuestra búsqueda de una verdad global que explique todos los misterios que nos pueden salir al paso, a veces hemos tendido a formarnos ideas de las cosas demasiado pronto. Somos humanos y los errores de percepción ocurren porque la naturaleza es infinita y cada una de las cosas que ha producido tiene tantos matices que para el hombre es imposible incluso lograr una descripción exhaustiva de los atributos y características del más pequeño de sus objetos. Toda descripción que pretende una definición precisa de las cosas es imperfecta, o mejor dicho, no es acorde con el carácter multiforme y proteico de la naturaleza. La naturaleza, por su parte, también es imperfecta, y tal vez la imperfección sea esa ley suya que es tan inexpugnable para el razonamiento humano. A veces, por esa misma imperfección congénita, sus formas se nos muestran marchitándose y extinguiéndose ante nuestros propios ojos; de ahí aquella consciencia de la muerte que tanto aguija el corazón del hombre. ¿Cuántas veces no se ha visto que la naturaleza genera criaturas de un sólo día que mientras permanecen en el mundo su vida es toda sufrimiento o sobre cuántas criaturas no hemos sabido que, aun viviendo algunos millones de años, se extinguieron cruelmente ante una competencia que surgía por doquier o por algún cambio imprevisto en las condiciones del ambiente? La perfección sólo es un concepto funcional que sirve para saciar las necesidades de definición del hombre; la evolución, "regla" de cambio de la naturaleza, supone que nada está acabado y que todo está rehaciéndose y deshaciéndose; aunque este último concepto de "deshacerse" quizá sea inadecuado, porque supone que lo deshecho alguna vez tuvo una forma fija; en fin, parece un concepto más bien hecho desde la limitada percepción del hombre, que rara vez ve los cambios lentos e inexorables que le ocurren a los objetos.

Por todo esto, cabría pensar que toda idea que podamos formarnos de la naturaleza siempre, en el detalle, estará equivocada, o que la naturaleza nunca estará en el sitio en que al hombre le gustaría. El dominio del hombre sobre la naturaleza, que algunos apresurados no han dudado en clamar, parece nunca destinado a concretarse; pues, en todo caso, un dominio completo sobre la naturaleza precisa no sólo poder formular alguna explicación sobre tal o cual de su objetos, sino también entender cómo se desarrolla la naturaleza en el tiempo, pues tiempo y objetos son una misma cosa. Se sabe que la naturaleza y sus criaturas evolucionan con el tiempo, pero no se sabe bien cómo evoluciona alguna de estas criaturas sino hasta cuando el hallazgo de un fósil nos puede dar el rastro, y sólo nos da una idea de un sólo momento en el tiempo, el resto son conjeturas sin ningún respaldo. Tan mal se conoce el actuar de los objetos en el tiempo, que basta ver cómo fallan los pronósticos que día a día se hacen del tiempo atmosférico. Se puede presumir de mil cosas, pero aún no puede saberse justo en qué momento vendrá la época de lluvias o si en verdad un año tendrá una época de huracanes más violenta que la de otro. Todo lo que se sabe de la relación entre el tiempo y las objetos sólo se sabe en el momento en que se estudia cómo es un objeto en un instante del tiempo; conocemos los objetos por "estados" y no en su desenvolvimiento y su actuar. Esto no quiere decir, sin embargo, que conocer un objeto en diferentes "estados" y ser conscientes de que cambia no nos lleve a hacer conjeturas más o menos atinadas de a qué puedan deberse esos cambios y de cómo ciertas condiciones propician cierto género de cambios; pero el asunto de las prospecciones y del conocimiento de los objetos en el tiempo sigue siendo tan complejo, que aún causa fascinación, no habiendo pruebas ni material de respaldo, el sólo intento de hacer conjeturas de cómo vivían nuestros tatarabuelos o de cómo serán las tecnologías en cincuenta años.

Las evoluciones en el tiempo mientras son más impredecibles y repentinas más nos asombran; de ninguna manera puede registrarse cómo ha de moverse una flama o cómo se ha formado el complicado relieve de un paraje montañoso; estas cosas se pueden saber a grandes rasgos, pero una descripción detallada de sus geometrías o de su evolucionar en el tiempo son cosas que escapan a las capacidades de formulación del hombre, tanto cómo aún escapa a la comprensión del hombre su propio reaccionar psicológico ante las situaciones de su propia vida, que, sobra decirlo, el hombre no puede conocer de antemano. Nos movemos, entonces, en un mundo de sombras y figuraciones en el que convivimos con objetos y situaciones cuyas razones de cambio desconocemos y que el razonamiento no puede conjurar. Pero no nos extrañemos, lo vivo siempre le ha pasado elusivamente al hombre por el rabillo del ojo, y esa calidad profundamente irrazonable de las cosas, antes no matizada por ciencia alguna, era quizá lo que hacía a nuestros ancestros ver cualidades mágicas en todo. Si se trata de comprender aquello que ahora se tacha desdeñosamente de pensamiento mágico, se podrá ver que el germen de todo asombro y de toda maravilla está en la complejidad misma de las cosas; sin embargo, en algunos ámbitos el hombre contemporáneo conoce mejor que cualquiera de sus antepasados lo complejas que son las cosas. En este sentido, nuestra sensibilidad puede ser también primitiva, claro, no sin antes haber admitido que somos, como los animales, sujetos de una naturaleza que nos envuelve por completo y que, sin embargo, nosotros mismos no podemos abarcar. Cuando se abre esta perspectiva de infinitud, pudiendo aún valorar a la ciencia por su capacidad de describir muchas de las cosas que nos rodean, se nos muestra que la vida y la naturaleza quedan intactas y fundamentalmente vírgenes; la naturaleza siempre será terreno para nuevos descubrimientos, que quizá no nos salven ni mejoren nuestra "calidad de vida" pensando las cosas de una manera ridículamente funcional, pero que sí nos serán estéticamente provechosos, para lo que quiera que eso sirva.

Como quiera que sea, también hay que reconocerlo, el análisis científico nos ha revelado ciertas materias objetivas que escapan a la sensibilidad normal del ser humano, y que conociéndolas nos revelan una parte de las cosas que la naturaleza nos había vedado. Ya no nos sorprende, pero cada vertebrado dotado de visión, por la frecuencia de onda a la que son sensibles sus conos oculares, puede ve un espectro de colores distinto al que ven los demás; el hombre es sensible, grosso modo, a tres colores: verde rojo y azul, cuyas longitudes de onda son distintas; otros animales tienen sensibilidad para longitudes de onda aun menores y pueden ver incluso el llamado color ultravioleta. En lo auditivo pasa otro tanto: somos incapaces de oír muchos registros de sonido (los sonidos demasiado graves o demasiado agudos), sin embargo muchos de esos registros que no escuchamos aislados conforman el sonido de muchas fuentes de emisión que sí oímos. Gracias al análisis espectral, ahora sabemos que todo sonido "natural" –desde el sonido de una roca al golpear contra el agua hasta el sonido de los instrumentos musicales– está compuesto por un número indefinido de componentes, que los expertos en acústica han llamado armónicos. No creo que se sepa a ciencia cierta cómo se asocian todos esos armónicos para componer aquel todo unitario al que llamamos sonido; pero aunque no se sepa cuáles son las razones que propician que esa multitud de componentes se perciban como una "unidad", en cambio, es muy fácil reconocer que esos conjuntos de armónicos suenan de manera natural al oído humano.


Espectrograma de sonido
En los setenta, a partir de que hubo herramientas fidedignas de análisis de sonido, a algunos músicos franceses, después conocidos como espectralistas, se les ocurrió la idea de que se podría fundar un nuevo pensamiento armónico en base a las asociaciones de armónicos visibles en un espectroscopio. En lugar de recurrir a las reglas armónicas propias de la música tonal, se podía ahora registrar el sonido de un violín o un piano y analizar cuáles eran los principales armónicos en juego cuando se producía ese sonido, y en base a todos esos armónicos, distendiéndolos en obras de amplia duración, se podían componer piezas en las que el problema de la armonía se resolvía imitando las consonancias de los sonidos naturales. Cada pieza espectral recurre a una paleta de armónicos distinta, dependiente del sonido básico que hubiera sido analizado para componerla; para los espectralistas la cuestión armónica ya no se basaba en una "ciencia" fija –como la tonal– que prescribiera cómo habían de organizarse y sucederse los sonidos en todos los casos, sino que cada armonía resultaba de un modelo particular; una serie de armónicos dada había de evolucionar en el tiempo tal y como lo hacía en la naturaleza. A simple vista, podría parecer que esto obligaba a que los espectralistas siguiesen al pie de la letra los datos resultantes del análisis y que sus obras resultasen ser diagramas auditivos de lo analizado; sin embargo, en una pieza espectralista pueden convivir elementos muy disímiles, que el compositor enlaza siguiendo un criterio de similaridad de armónicos. Por eso las obras espectralistas son de una continuidad de movimiento sorprendente y admiten toda clase de invenciones, siempre y cuando éstas sean insertadas en el tejido musical bajo un criterio de similaridad armónica.

Una de las obras maestras de esta forma de pensar la armonía es Désintégrations (1982-83), de Tristan Murail (*1947). Tal como su nombre lo indica, en 
Désintégrations los complejos de sonido expuestos aparecen como vistos a través de un microscopio que los desmenuza y desintegra y gracias al cual es posible ver hasta el más nimio de los componentes del sonido; el más robusto de los sonidos –por ejemplo, el denso acorde que se forma hacia el final de la primera sección– puede convertirse al cabo de unos minutos en un sonido penetrante y agudo, o un campanilleo en apariencia irracional puede convertirse después de algún tiempo en una melodía tersa y continua. Désintégrations trata sobre cómo se transforma el sonido en el tiempo, y puede verse como un lienzo musical en el que se nos muestra tanto la infinidad de metamorfosis que puede sufrir el sonido como la gran imaginación sonora de Murail, que en poco más de veinte minutos elabora un paisaje de sonido en donde todo puede ocurrir.

Désintégrations, para diecisiete instrumentos y cinta magnética







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Discografía

Compositeurs d'aujourd'hui: Tristan Murail, interp. Ensemble Intercontemporain, dir. David Robertson, Accord, 1996.

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