jueves, 4 de marzo de 2010

Migajas caídas de su mesa


Este apelativo que induce a esperar cualquier cosa de la calidad de lo que se designa, menos la sublimidad en el hacer ni en el expresar, "migajas caídas de su mesa", fue dado por el propio hijo del autor a la obra de su padre, una obra que nadie en su sano juicio catalogaría de ser no más que migajas, y llegó a nosotros, junto con aquellos relucientes restos, escrito por su pluma, en el tono de la más sincera modestia. Si esta expresión fue una presunción hecha para llevar a suponer a quien viera semejante maestría en el arte de la composición --dada la calidad extraordinaria de estos despojos-- que se encontraba ante los meros rastros de un monumento musical inimaginable o si esta expresión indicaba el divino descuido de un autor que de tan prolífico no pretendía ningún derecho de posesión sobre unas creaciones que manaban como en torrente de su pluma, al punto de soltarlas como palabras al viento, no cuidando su destino preciso y confiando en que su hacer resonaría por sí mismo a través de los siglos, es algo que jamás habrán de develar los más acuciosos exégetas. El caso es que en 1578, en Madrid, Hernando de Cabezón (Cabeçón o Caveçón, los españoles de aquellos tiempos no conocían las compulsiones ortográficas a las que somos tan dados los modernos; pues sobrando el contenido, ¿qué importancia podía tener la precaución de las formas o la precisión milimétrica del científico?) presentaba una edición impresa de los restos de la obra de su padre a Su Alteza Felipe III, bajo el nombre de Obras de música para tecla, arpa y vihuela. Esta obra se presentaba no como la genialidad puesta en música, sino como un modesto compendio dedicado a servir a la pedagogía musical básica del músico de cortes y de iglesias, que precisaba conocer los mecanismos del contrapunto desde sus más rudimentarias formas. Bajo este esquema de guía para el aprendiz de contrapunto, las piezas de la obra aparecían escalonadas en grados de dificultad, de las simples armonizaciones a dos voces a aquellos cúlmenes de la polifonía instrumental del siglo XVI que son los tientos* y las glosas** sobre motetes*** a cinco y seis voces o a aquellos prodigios de invención melódica que son sus differencias****.

Pues Cabezón, Antonio de Cabezón, padre de Hernando, fue quizás el primer gran compositor occidental de música instrumental. Es una pena que no se tenga mucho en cuenta esto; la historiografía, siempre tan dada a engrandecer unas cuantas figuras, olvida que a Cabezón su siglo le llamaba "Orfeo español", sobrenombre que una sociedad tan amante de la cultura clásica no prodigaba a cualquiera. A este propósito, saludando a Cabezón como a un nuevo Orfeo, Alonso de Morales escribe en un Salado, en alauança del author:

Si Orpheo son su dulce y triste canto,
pudo mouer las furias infernales:
Si Arion cantando sus terribles males,
Cobro la vida con su propio llanto.
Y si con lyra pudo Anphion tanto,
Que edifico de Thebas muros tales:
Quien ha excedido a todos los mortales,
A quien no causara mayor espanto?
Que si el canto de aquellos ablandaua,
Las piedras y los atboles mouia,
Y el abismo sintio su desconsuelo.
Antonio mucho mas se señalaua,
Pues con mas celestial dulce armonia,
Las almas leuantaua hasta el cielo.


En una operación laudatoria típica del siglo XVI, Morales compara a Cabezón con los heroes líricos griegos sin dejar de señalar la función cristiana de su música, que es vehículo de elevación para el espíritu de quien oye y acompaña a Cabezón en sus contemplaciones de la divinidad cristiana. Es imposible no ver en Cabezón uno más de los genios místicos por los que España es tan conocida.

Antonio de Cabezón (1509/10-1566) nació en el aún hoy pequeño poblado de Castrillo de Matajudíos, relativamente cercano a la norteña Burgos. Pero esta cercanía a principios del siglo XVI no era tal; basta considerar que el norte español está sembrado de serranías de difícil paso; Castrillo de Matajudíos se encuentra en uno de los parajes más abruptos de estas serranías, es un antiguo bastión sobre la cima de una colina de este altiplano. Cabezón se crió no como un favorecido citadino, sino en las durezas del norte, en su aislamiento, su provincianismo y la crudeza de sus inviernos. Ciego de nacimiento o desde la más temprana infancia, Cabezón descubrió muy pronto su vocación musical y, pese a las dificultades que le imponía vivir en una tierra olvidada de Dios, pudo comenzar sus estudios en una ciudad de mayor relieve, Palencia, en donde un tío suyo fungía como organista de iglesia. En Palencia, no tardaría en adquirir fama de ser un organista muy dotado. Esa fama fue recorriendo las regiones castellanas hasta llegar a oídos de Felipe II, quien, curiosidad histórica poco conocida, aparte de ser señor del imperio más grande del orbe, era un melómano empedernido. Cabezón se convirtió en su músico de cabecera y en maestro de la familia real, quizá fue para los príncipes para quienes compusiera sus Obras de música. Como haya sido y como el apelativo de "migajas caídas de su mesa" sea más o menos cierto, entre estas obras se encuentran algunas de las cimas de la polifonía occidental y mucho de lo mejor de la música española.

Tiento del segundo tono


Tiento del quarto tono


Si bona suscepimus. Verdeloth (motete de a cinco)


Aspice Domine. Jaqueth (motete de a cinco)


Ave Maria. Jusquin (motete de a seys)


*tiento, composición estrictamente polifónica, equivalente al recercar italiano.

**glosa, invención polifónica hecha a partir de melodías preexistentes. El arte de glosar es típico del siglo XVI.

***motete, composición vocal hecha sobre textos religiosos, bíblicos o de otras fuentes.

****diferencias (differencias, según algunos documentos españoles del siglo XVI), conjunto de variaciones hecho sobre melodías preferentemente populares.

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