sábado, 23 de enero de 2010
Una cornucopia de música
Por esta vez dejemos el tono de polémica en el que me embarqué en la entrada anterior; pues, ¿qué polémica podría haber respecto a la música de la que me propongo hablar? Quizá ninguna, porque a la franqueza de propósito y a la habilidad para expresar esta franqueza hay poco que cuestionarles. Inventiva sorprendente, generosidad expresiva y magnanimidad de tono son los principales rasgos que caracterizan esta cornucopia musical.
Tal vez algunos de ustedes se han preguntado por qué la terminología musical vigente durante cerca de cuatrocientos años en Occidente proviene de Italia; ¿alguien se ha preguntado si había música antes de Bach? Cualquier requisitoria sobre los orígenes de esta terminología nos llevaría indefectiblemente hacia el injustamente poco conocido Seicento italiano.
Durante el siglo XVI, al tiempo en que se desarrollaban las grandes obras polifónicas por las que recordamos principalmente este siglo (Josquin, Palestrina, Isaac, Victoria), en Italia comenzaba a surgir una forma idiosincrásica de hacer música, en la que, aprovechando su propio genio lírico, se ponía en música la poesía vernácula. Este género de música predominantemente profano ha pasado a la historia con el nombre de madrigal. Iniciándose como un género polifónico, hacia finales del siglo adquiriría su fisonomía definitiva. El madrigal fue despojándose de su grueso entramado polifónico y perfilando unas cuantas voces a una posición protagónica en que, ya libres de las ataduras impuestas por el rigor de la escritura polifónica, podrían aspirar a mayores vuelos melódicos. Giulio Caccini da uno de los primeros ejemplos de cómo se puede tratar la melodía en la forma más franca posible; en algunos de sus madrigales, una única línea melódica lleva la dramaturgia de la pieza, mientras a una serie de instrumentos se les asigna la misión de dar las progresiones acórdicas que sirven como telón de fondo a la voz declamante. Así comienza a insinuarse el principio del basso continuo, que será llevado a un mayor nivel de desarrollo por el cremonés Claudio Monteverdi. Las bases estaban puestas para un nuevo auge de la melodía.
Esto no tardó en generar una formulación teórica: la teoría de los affetti (afectos), que prescribía que el nuevo estilo de composición (seconda prattica) habría de perseguir la realización de piezas en las que la estructura formal no sería sino resultado de los climas emotivos que se iban tratando en los textos de los que partía la composición musical; a la volubilidad de los estados de ánimo le correspondería una cierta volubilidad expresada en música. Bajo este signo de exhuberancia expresiva también nacería una nueva música instrumental que, por no estar atada ni siquiera a las contingencias formales de un texto al cual musicalizar, daría lugar a obras tanto más volubles, en las que la sola melodía, ya no sujeta a la obligatoriedad semántica de la palabra, se nos presenta imprevisible, incontinente y capaz de los matices más delicados, de lo tenue de la musitación al estruendo más iracundo.
Lo que en musica vocal era llamado seconda prattica en la naciente música instrumental tomaría por nombre stil moderno. Este boyante estilo sería acunado durante la primera mitad del siglo XVII en el norte de Italia. Giovanni Paolo Cima, en Milán, nos daría algunos de los primeros ejemplos de esta nueva franqueza expresiva con sus sonatas. De Milán, casi recorriendo el curso del Po, este espíritu de liberalidad y generosidad creativa se esparciría por Lombardía, Emilia-Romaña, Véneto y las demás provincias del norte Italiano. Hacia la década de los veinte todo confluiría en Venecia. En esta ciudad agraciada por el Adriático, la tradición brillante de los siglos y el comercio cosmopolita, la Basílica de San Marcos se erigía como la sede de las más audaces invenciones musicales. Hacía tiempo que Monteverdi se había convertido en su director musical, y, atraída por el prestigio áureo del maestro, una pléyade de músicos de gran talento iría a engrosar las filas de su orquesta; Castello, Marini, Scarani son sólo algunos de estos músicos. Castello con sus sonatas mostraría lo que de verdad es el stil moderno. Marini sería uno de los primeros virtuosos italianos del violín, y durante sus estancias por varias cortes de Europa diseminaría la nueva forma de hacer y sentir la música más allá de la cuenca del Po, a la fría Germania y a Bélgica. La música italiana comenzaba a convertirse en moda.
Sonata X (Dario Castello)
Sonata sopra "la Monica" (Biagio Marini)
Aria sopra "la Bergamasca" (Marco Uccellini)
Sinfonia a 3 (Salomone Rossi)
Sonata XV (Giovanni Battista Fontana)
"Vestiva i colli" (Francesco Rognoni)
Canzon "la Cattarina" (Tarquinio Merula)
Sonata (Giovanni Paolo Cima)
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