jueves, 28 de enero de 2010
Ludwig van
Por fin nos toca hablar de uno de los peces gordos: Ludwig van. Pero como no es mi estilo manchar con mis ociosas palabras las marmóreas imágenes de aquellos que están más allá del bien y del mal, hablaré de don B. a través de un comentario musical hecho por una de las mentes más chanceras del medio musical. ¿Quién más podría ser este músico chapucero sino Mauricio Kagel?
Por si alguien no conoce al buen Kagel, esbozo un breve retrato que en unas cuantas líneas pretende dar cuenta de su genio y figura. Mauricio Kagel (1931-2008), descendiente de judíos rusos, nació el 24 de diciembre en Buenos Aires. Allí estudiaría música (piano y composición), filosofía y letras inglesas (de la mano de don Jorge Luis). Precoz como fue, a los veinte años ya componía y hacía filmes, a los veinticuatro era director de orquesta del Teatro Colón. Pero no sería en Argentina donde realizaría lo mejor de su obra. En 1957, animado por Boulez, parte hacia Colonia (Alemania). Sus primeras obras en Europa comienzan a establecer su nombre entre los círculos "vanguardistas" del momento. Pero ya desde estas primeras obras comienza a poner en duda algunos de los procedimientos de los vanguardistas. Llevando los procedimientos serialistas hasta los límites de lo absurdo, en Anagrama (1957/58) parte de las letras del palíndromo latino de Dante in girum imus nocte et consumimur igni (rondamos en la noche y somos consumidos por el fuego) para crear cuatro poemas pesadillescos distintos, para los que Kagel pide una serie de peripecias de ejecución y de humorismos musicales a sus intérpretes: les pide que canten mientras aspiran aire o que imiten acentos extranjeros. Si una obra como ésta se entroncaba con los procedimientos serialistas, era para exponerlos bajo una luz burlesca. De ahí en adelante sus posturas se alejarían más y más de los vanguardismos ortodoxos. En Acustica el sonido se obtiene de una batería de cientos de instrumentos distintos, ninguno de ellos musical; en Exotica todos los instrumentos son irregulares por su procedencia, algunos son de Polinesia, otros de Melanesia, otros de los Andes quechuas, otros del África Subsahariana y ninguno de la tradicional Europa. En cada obra parte de un instrumental distinto o de alguna burlesca idea literaria; su obra no es más que un comentario jocoso a las situaciones absurdas que él mismo establece. Sólo por llevar la contraria y no presentarse como un avant-gardiste con papeles en regla, en Musik für Reinaissance-Instrumente se declara arrière-gardiste y utiliza una batería de instrumentos típicos del Renacimiento. Estos equívocos y situaciones gratuitas definen la obra de Kagel y la alejan de todos aquellos afanes de "verdad musical" que perseguirían infructuosamente varios de sus contemporáneos, menos afectos a las bromas y más deseosos de establecer autoridad y corrección de pensamiento. Estos problemas de verdad y autoridad parecen del todo ajenos al humorista Kagel.
Ludwig van, obra objeto del presente comentario, pretende ser un homenaje a Beethoven en el momento en que se conmemoraba el bicentenario de su natalicio (1970). Pero, ¿quién hubiera querido ser homenajeado por un hombre que se llevaba la mano a la boca cada que comentaba algo por evitar mostrar a las claras la risa que le provocaba aquello que era objeto de su comentario? Así, Beethoven fue la víctima de este homenaje. Aunque, por supuesto, Kagel no pretendía utilizar tal figurón (Beethoven) para ridiculizarlo, sino para mostrar cómo se puede interpretar una música compuesta hace más de 150 años en una actualidad que es todo menos romántica. En primer lugar se toman algunas citas de las célebres sonatas para piano de Beethoven y se les saca de tono, se les descontextualiza por toda suerte de equivocaciones musicales; un solemnemente concentrado pasaje para el piano se lleva a una cutre marimba y acaba sonando más como música de entusiastas amateurs que como obra de arte; otra cita se ahoga entre sonidillos provocados por una orquestilla malsonante; o la Oda a la Alegría es musicalizada con aires de vulgar opereta (con ritmos martilleantes y voces más propias del saloon que de la sala de ópera) antes que pensar en los fastuosos y obsoletos medios sinfónicos. Todo lo que un ojo romántico miraría sublimando el alma y el pensamiento se troca en su contrario: ironía, descreimiento, desfachatez, desconcentración y comentarios oportunistas hechos a costa de lo que de sublime se ha convertido en ridículo. Aunque alguien de la honestidad de Kagel no habría podido conformarse sólo con el comentario irónico hecho con la mano en la cintura; por toda la obra corre un sentimiento escalofriante de nostalgia por la inocencia perdida, por la imposibilidad de ser el día de hoy románticos, tal como lo fue Beethoven, en quien una declaración de heroismo romántico no era chanza sino convicción. Kagel parece oscuramente consciente de ello.
Ludwig van
II
IV
VIII
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