martes, 19 de enero de 2010

El conde de Ayala Valva


Por el título de esta entrada algunos de ustedes ya estarán imaginando que vuelvo a las andadas para hablar de otro compositor del Seicento italiano, otros pensarán que una afición mórbida por lo antiguo me hizo retrotraerme aun más en el tiempo y que les hablaré de algún teólogo medieval o algún Doctor de la Santa Iglesia. Me gustaría hablarles de San Buenaventura, también conocido como "el Doctor Seráfico", pero eso será en otra ocasión, lo lamento. Ahora vamos a hablar de un conde italiano que asumió su condado en pleno siglo XX en una comarca de Liguria cercana a la ciudad de La Spezia.

Tal como correspondía a su linaje, este conde ojiclaro desde muy temprana edad fue educado en su castillo de Ayala Valva por profesores particulares. Siguiendo un plan pedagógico digno del más noble varón renacentista, tomó todas sus lecciones del trívium y el quadrívium y una fuerte dosis de latín. ¡No sé cómo un hombre tan educado a la antigua pudo salir después al mundo de los normales y trabar amistad con personalidades tan de su siglo como Cocteau o Virginia Woolf! El caso es que, efectivamente, después de tal reclusión educativa, partió a Roma, donde tomó sus primeras lecciones musicales formales. Después, nuestro conde viajero iría a Viena para avanzar sus estudios musicales bajo la tutela de Walter Klein, quien le enseñaría los rudimentos del método dodecafónico. Tiempo después encontraremos a nuestro conde en París. Ahí frecuentaría los círculos intelectuales y artísticos más activos de la ciudad. Estalló la Gran Guerra. Organizando conciertos, componiendo, escribiendo poemas, pasó el final de la década de los treinta y el comienzo de los cuarenta en la neutral Suiza. En 1945, habiendo acabado la guerra, regresaría a Roma para dedicarse a la composición y promover su música en su propio país. Sus obras de aquel entonces estaban hechas de la mezcla de varios estilos compositivos al uso: la dodecafonía de Schönberg, el modalismo orientalizante que comenzaba a resurgir después de la guerra, pinceladas de atonalidad y otras tantas cosas.

Nuestro conde jamás se hubiera hecho famoso como compositor por esas obras. Pero a finales de los cuarenta todo cambia para nuestro personaje. A raíz de una profunda crisis depresiva, es internado en alguna anónima clínica italiana, donde no tendría más amigos que un viejo piano al que sólo le funcionaban unas cuantas teclas; pasaba las tardes tocando una única nota (la bemol, según Wikipedia). Observando los armónicos que esta nota provocaba por simpatía, se dio cuenta de que al decaer el sonido de esta única nota aparecían en su estela de resonancia tonos diferentes. Ya en vías de rehabilitación --jamás se rehabilitaría del todo, se cuenta que en tan escasa medida recobró sus facultades, que improvisaba sobre una ondiola sus piezas y se hacia valer de colaboradores para transcribir estas improvisaciones a notación convencional; esto después de su muerte generaría controversias sobre la verdadera autoría de algunas de sus obras--, se le ocurrió que podrían hacerse piezas enteras sobre las variaciones microtonales al interior de cada nota. En 1959 termina la primera obra realizada sobre este hallazgo, sus Quattro pezzi su una nota sola. De ahí hasta su muerte, ocurrida en 1988, seguiría haciendo piezas monumentales con títulos referentes a las doctrinas místicas del Oriente o a acontecimientos macrocósmicos, sobre el principio de que al interior de cada nota emitida por un instrumento hay una infinidad de armónicos (sobretonos secundarios a la nota principal que junto con la nota dominante dan el sonido concreto de un instrumento). Nuestro conde no es otro que Giacinto Maria Scelsi.
El título de la obra orquestal que les dejo, Uaxuctum, de 1966, se refiere a Uaxactún, una ciudad del Petén maya, que, según alguna leyenda promovida por los teósofos --a los que era tan aficionado nuestro autor--, fue destruida por sus propios habitantes instigados por sus sacerdotes, que deploraban la corrupción religiosa en que se encontraba la ciudad y deseaban un acto definitivo de expiación. Este acto de autoinmolación y la posterior regeneración espiritual de unos mayas que habían abandonado sus corruptas ciudades por un semisalvajismo inocente y primigenio son los asuntos que Scelsi trata en Uaxuctum.









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